Como en un apocalipsis
que ocurría en la noche
en tu pieza llovíamos fuego dulce
el uno sobre el otro
y al final las aguas
iridiscentes se reunían
y bajaban
como un río de llamas.
Nunca sabremos qué era
o quién era el mar.
Pero no era poca cosa
eso de sentir
las trompetas como tintineo
de la lluvia en el techo
y la música suave
como quien abre los sellos
y los jinetes del Apocalipsis
no eran la peste ni el hambre
ni cosa parecida, los jinetes desnudos
éramos los dos
cabalgándonos hasta
entrar en la profundidad
del cielo y destruir nuestros mundos
para hacer juntos
uno solo
nuestro.