Me instalo frente a ti,
miro tus ojos
y vigilo el espacio
donde tu voz me busca.
Me estremece el dolor
del encuentro imprevisto,
la sed con que te acercas
al borde de mi sombra,
el hueco que descubres
en la luz de mi espejo.
La soledad me arropa.
Sólo en la noche existo.
Y nunca me detengo
sobre el mismo minuto
en el que tú te apoyas
para seguir llamándome.
Suéñame de otro modo.
Sacude el saco triste
del idioma heredado.
Cuéntale a las palabras
las historias oscuras
que sólo tú conoces;
diles cómo te asusta
mi presencia y mi odio,
cuánta muerte te cuesta
acariciar mi huida.
A veces, en el centro mismo
de tu pregunta,
me reconozco
y corro hacia otra oscuridad:
es amargo encontrar
al final de un abrazo
mi propio grito erguido
y mi propio deseo.
Por eso me divido,
me desdoblo y me hundo
en heridas distintas:
me da miedo encontrarte.
Tu sonido es el mío.
Tu tristeza, tus ropas
saben a mí,
y me escuece el recuerdo adherido
al tiempo conciliado,
al tiempo único
en que la conjunción
habitó nuestras sangres.
E.S
2 comentarios:
No conocía este poema.
Es una maravilla.
Besos.
Si que lo es!
Besos😘
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